sábado, 3 de julio de 2010

SEMANA 4 /// 0 a 4 - AMO A MARADONA /// FAMILIA PARA ARMAR , 98 MINUTOS DE UN EXCELENTE RELATO INTIMISTA.



Osvaldo Soriano decía que las personas se dividían en dos grupos: los que preferían a los gatos, y los que preferían a los perros, y los definía así:
¨ Si una persona te dice que prefiere a los perros, no sigas discutiendo, porque no vale la pena ¨
Parafraseando a Soriano yo diría: ¨ Si una persona habla mal de Maradona … ¨
Pero soy discutidor por naturaleza, y además está más que claro que me he quedado sin varios amigos gracias la puta manía de escribir en fcbk, así que voy a ampliar algunos conceptos: Por empezar, digamos que estuve de acuerdo con Soriano hasta que a pedido de mis hijos traje a casa a Scoty, mi querido perro y amigo, un caniche que en su confusión se cree humano, o que tal vez yo en la mía crea que es perro y, eso sí, sin discusión, mi perro es una de las personas, que más quiero en el mundo. Aclarado esto, y confirmado de manera definitiva mi preferencia por los gatos, volvamos a Maradona.
Cuando se supo el equipo que Diego iba a plantar frente a Alemania el 0 – 3 ó 3 – 0 estaba prácticamente cantado, pero ¿qué importa? Maradona es fiel a un estilo que despierta lo mejor y lo peor de los argentinos y lo que hizo fue respetar un grupo de trabajo y un estilo de juego, estilo que para ser llevado a cabo hasta el éxito definitivo necesita de un Maradona en la cancha, pero Maradonas ya no hay. Comparar a Mesi con Diego es como compararme a mi con Brad Pit. Vi jugar mejor a Housemann, a Brindisi, a García Cambón, a Rojitas, a Alonso, a Riquelme y hasta a Barros Schelotto, entre otros. Esos son jugadores que hacían la jugada del gol o directamente el gol que se necesitaba para ganar los partidos chivos; no eran jugadores que necesitaban a las 10 figuras de Europa a su alrededor para tirar una gambeta. Pero Diego en su enorme generosidad ideológica cree que el Kun o Carlitos o Mesi pueden estar a su altura dentro de una cancha: que se olvide. Diego debería recordarse a sí mismo loco de felicidad en la victoria y al borde del suicidio en la derrota, ninguno de sus jugadores siente, ya no el fútbol, sino la vida de esta manera insólita, porque hoy ser un hombre o una mujer y emocionarse y decir verdades y entregarse a las garras de los medios y hasta de los seres queridos es un suicidio, personal y social, en tus ámbitos privados y en tus ámbitos públicos. La gente adora las mentiras y el gesto político y Maradona se aferra a ¨ sus ¨ verdades hasta las últimas consecuencias. Por eso yo amo a Maradona, porque es el compañero de generación más grandioso que a un hombre puede tocarle en su vida, no voy a olvidar que tenía yo dieciséis años y un domingo a la mañana en un partidito de un torneo infantil vi un pequeño jugador de fútbol que me dejó con la boca abierta ¿cómo se llama cómo se llama? Quería que el locutor lo mencionara porque sentía que estaba descubriendo para mi vida algo verdaderamente valioso: Maradona, el chiquito que llevaba la pelota atada al pie izquierdo se llamaba Maradona. Sentí que era yo el que lo estaba descubriendo, porque hasta ese momento jamás se lo había mencionado, y esto que me pasó a mi les pasó a todos los que aman a Maradona, todos lo descubrimos ¨ por nuestra cuenta ¨ , y fue amor a primera vista. A ver si se entiende, en un mundo donde todo es mentira y especulación, donde los políticos, los profesionales, los periodistas, los deportistas, los artistas, los padres, una sociedad donde prácticamente todos cuidan las formas para no caer de default afectivo, una persona dice su verdad y la lleva la instancia vergonzante de la derrota por goleada. Eso es lo que admiro.
Y eso es lo que antes hacíamos los artistas, lo que en el siglo XX hicieron Kafka y Koetzee, lo que en el XIX hizo Dostoievski, imponer la propia verdad sobre la mentira del resto, ojo: la propia verdad, que no tiene porqué entenderse como la verdad propiamente dicha. Hoy por ejemplo, cuando veo los muy buenos 98 minutos de FAMILIA PARA ARMAR no puedo dejar de reprocharme: otra historia intimista más, Edgardo, otra historia intimista más; la pegaste con el tono, la pegaste con la cámara, la pegaste con el casting y las actuaciones, pero otra vez más, una vez más entre tantas estás hablando de la paternidad, del amor, de la vergüenza, de la frustración. Miro plano tras plano, escena tras escena, secuencia tras secuencia y está bien, está muy bien, y me pregunto porqué no hice como tantos, como casi todos, y le inventé a esta misma historia una relación con el proceso, con las apropiaciones, con los hijos de desaparecidos. Me lo planteo porque sé que a mi historia intimista le falta el nexo con nuestra historia política, pero a la vez sé que las historias políticas de los países y de las personas sólo pueden contarse con metáforas. Pero si cuesta intuir las metáforas, si hay que ¨ pensar ¨ o sentir con los discursos subliminales, la cosa se pone difícil porque ya no hay ganas de hacer ningún esfuerzo intelectual. Esa es mi contradicción. No es casualidad que mi novela DANZA DE LOS TORTURADOS fue la que tuvo más proyección en todos los círculos, es una metáfora sobre los años de la dictadura pero la verdad es que nació narrando una experiencia personal, la experiencia del encierro y la tortura (la tortura física y mental) en una clínica psiquiátrica cuando yo tenía diecinueve años y corrían los peores años del proceso. Yo quería contar eso que me había pasado a mi y terminé contando lo que pasaba en toda la Argentina, por eso la historia intimista dio lugar a lo que le interesaba a ¨ todo el mundo ¨ por exagerar un poco. ¿Adónde quiero llegar? No importa, sólo quería hablar de mi amor incondicional por Maradona en el día que nos echaron del mundial con un 4 a 0 formidable. Ayer llené una encuesta on line y puse que perdíamos 3 a 0, y para cualquiera que sepa algo de fútbol era bastante obvio y eso no me transforma, espero, en ningún mufa, porque aún sabiendo que podíamos perder tres a cero me sentía orgulloso de pertenecer a la generación de Diego Maradona, un hombre que siempre renace a fuerza de decir sus verdades.