domingo, 16 de mayo de 2010

DOMINGO PREVIO A LA SEGUNDA MITAD /// REFLEXIONES DESDE EL ABURRIMIENTO ///




Uno lee y mira y escucha. La respuesta más sabia que leí de un director de cine se la leí Daniel Burman: lo que más me alegra de mis películas es que puedo pagar el supermercado con ellas. No era textual, por supuesto, pero el concepto es claro. Si deja de importante el objetivo económico todo el proyecto se pone en peligro, porque mucha gente se suma a tu proyecto por cuestiones económicas. Cuando desarrollaba mi carrera de escritor, entre los 27 y 40, mi error más grave fue subestimar la pelea por los mangos. Si yo era un escritor con buenas críticas, premios, y algunos textos que (más tarde) fueron reconocidos, antologados y traducidos, no estaba bien que rogara por la edición gratis de mi producción o que, inclusive, llegara a proponer pagar por ella.
El desinterés por el dinero sólo puede terminar en frustración. Si no te interesa el dinero tenés que dedicarte a los pobres y a los enfermos, o a ambas cosas. Tenés que ir a África, a Bosnia, a Salta, a algún lugar donde puedas salvarle la vida a alguien, sea con tu profesión, con tu arte o con tus propias manos. Si no vas a hacer nada mejor entonces es mejor que te dediques a ganar dinero, y si no vas a dedicarte a ganar dinero entonces es mejor que te dediques a algo mejor. Valga la redundancia.
Si sos muy joven también podés dedicarte a conocer gente del sexo opuesto. Pero te aviso que la cantidad de gente aburrida que hay en este planeta es muy superior a la que estás dispuesto o dispuesta a soportar. Es probable que vos misma o vos mismo seas una persona aburrida y ni siquiera te des cuenta.
Hay dos cosas contra las cuales la bilogía y la psicología no tienen parámetros claros: ¿cuánto dinero necesitamos?¿Cuánto aburrimiento estamos dispuestos a soportar?
Lo de la cantidad de dinero no necesita justificación ninguna, hay hombres, mujeres, familias enteras que tienen miles de millones de dólares y siguen acumulando fortuna, es decir, siguen trabajando para acumular fortuna.
Lo del aburrimiento es más complicado. Imaginemos un viejo de 80 años sentado debajo de un cobertizo. La palabra cobertizo me gusta y en la locación en la que filmamos hay uno. Me gustaría sentarme en ese cobertizo a conversar sobre nuestras vidas con ya saben quién, y si no lo saben no importa porque no viene al caso. La palabra cobertizo es como la palabra alféizar, pero el alféizar es para cuando se es más joven. De todas maneras podríamos apoyar nuestros codos displicentemente en el alféizar de una ventana que de al Mediterráneo, y contarnos nuestras vidas. Lo más fascinante que existe es que alguien te cuente su vida, siempre y cuando, claro, no sea una persona aburrida con una vida más aburrida que ella misma, aunque pocas veces lo son. Las vidas de las personas son entretenidas, pero las personas prefieren omitir los detalles que de verdad interesan, influidos y arruinados, claro está, por el judeo cristianismo. Pocos hombres interesantes he conocido en mi vida. Uno de ellos también tenía acento madrileño y era mi amigo Enrique Baños, con quien intentamos poner un restaurante en Tenerife y nos fue como el culo, todo porque mi amigo Enrique además de ser un gran chef tenía un ego gigantesco, y era incapaz de reconocer errores, pero más allá de eso tenía una vida interesante y era un tipo divertido. Nos pedíamos una caña y un bocadillo en cualquier barra de cualquier bar sea de Madrid o de Tenerife y nos la pasábamos de maravilla. Me gustaba todo lo que me contaba: que una vieja cocinera de su casa de niño rico le había enseñado a cocinar; que su madre los había dejado a él, a su padre y a sus dos hermanos para irse a estudiar a Barcelona y que cada verano se aparecía con un novio diferente, novio que presentaba a él, a sus hermanos y a su propio padre. Que se hartó de su familia y vino a Sudamérica y encontró en Pinamar su lugar en el mundo. Lugar que tuvo que abandonar cuando perdió el amor de su vida y por la crisis del 2001 para irnos a estrellar a Tenerife. ¿Conocen la idiosincracia de los Tinerfeños? Son vagos como la puta madre que los parió. Los únicos que trabajan allá son los argentinos, los venezolanos y los colombianos. Si contratás a un tinerfeño para cualquier trabajo sos empresario perdido, será por eso que los bancos daban créditos tan blandos, no sé. Pero a la hora de los cafés, las cañas y las sobremesas son gente de lo más divertida, aunque no tanto como los vascos. Cuando fui al país vasco a que me entregara uno de mis premios, Ciudad de Irún, un matrimonio vasco hizo de anfitrión y un jueves a las noche me llevaron de copas por todos los barcitos de Ondarribia. La pasamos fantástico.
Volvamos al viejo de 80 años en el cobertizo. ¿Cuánto aburrimiento lleva acumulado? O es simple estado de contemplación y melancolía ¿Quién puede saberlo? De las cosas más aburridas que hay sobre este mundo la más aburrida de todas son los hombres que hablan todo el tiempo de fútbol. Después vienen los que hablan de sus autos. El tercer puesto es mucho más disputado y por supuesto ahí pelea con fuerza el matrimonio. Las mujeres de clase media que hablan mal de sus mucamas, o hablan bien, también me resultan insoportables. Pero no todos los matrimonios son aburridos, mientras que todos los hombres que hablan de fútbol sí lo son, al igual que las mujeres de clase media que hablan de sus mucamas. Yo recuerdo que Gladys, la peluquera de mi barrio cuando vivía casado en San Martín, cerca del cementerio, barrio obrero si los hay, decía que cada noche le hacía a su esposo Roque una fiestita ¡ Cada noche un conjunto íntimo diferente! Un peinado distinto, una pose que jamás habían imaginado. Algo bien hasta el fondo y bien hasta la última gota de lo que fuera, no importaba qué. Decía que una noche sin sexo era un pecado imperdonable.
Ser aburrido y aburrirse son pecados imperdonables, por eso yo, entre cosas, voy a ir al infierno, porque me aburro, y una de las cosas de las que más me aburro es de mi mismo. Uno debería poder cambiar de piel completamente. Yo he sido muchas cosas en mi vida pero jamás he podido cambiar completamente de piel. Siempre he sido yo mismo lanzado a esto y aquello. Cuando empecé mi vida de cineasta pensé que tal vez cambiaría, pero todavía no cambié. Para mutar de verdad hay que hacer un esfuerzo que no sé si estoy dispuesto a hacer, y tal vez, para que esta película tenga éxito el primero que tiene que cambiar soy yo, porque equipo más eficiente y profesional y mejor elenco que este no voy a conseguir si esta no me sale.
Una de las cuestiones es la paciencia, paciencia para leer el libro, el guión literario mil veces antes de ir a una escena. A veces el cámara o el actor quieren cambiar una línea de diálogo o una puesta que ya tenías elaboradas, y muchas veces tienen razón, pero el cuidado que hay que tener no es cuando tienen razón, sino cuando no la tienen. A veces el autor, a veces el director, tiene cosas pensadas y planificadas en función de algo más general, sea el mensaje general o la verosimilitud general, y resulta que un cambio en la letra, en la actitud del personaje, o en la puesta de cámara, puede parecer mejor para la PARTE, pero no ser bueno para el TODO. Eso es lo que pienso, que hay que tener fuerza de voluntad para que se haga lo que uno tenía pensado que se haga, pero también para aceptar los cambios cuando estos son favorables a la historia.
Yo iba a la frase de Burman porque esa respuesta lo deja fuera de todo EGO. Lo único que quiero es pagar el supermercado con esta película, que mis hijos tengan para comer. Un verdadero genio. Porque justamente la lucha más dura que se debe librar es contra el ego y contra los egos, como los de mi amigo Enrique en nuestro restaurante, que ahora recuerdo, se llamaba LOS PATOS. Cuando hacemos una película estamos amenazados por egos de todas partes, pero hay que despejarlos, anularlos, ignorarlos. El único ego válido es el que necesita el actor para desarrollar su trabajo. Punto y ahí.
En fin, nos cruzamos con Ana Llanos en el chat de fcbk y me dijo que escribiera algo, así que me decidí por esto. Si me dieran a elegir, me sentaría bajo el cobertizo de una casa de campo o sobre el alféizar de una ventana que mire al Mediterráneo a contarnos nuestras vidas ya saben quién, y si no lo saben no importa. Aunque un poco viene al caso.

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