miércoles, 9 de junio de 2010

DIA 2 /// CUANDO LES CUENTO LA HISTORIA DE LAS MIL Y UNA FRUSTRACIONES Y ESPECULO SOBRE HASTA DONDE LLEGAR CON ESTA CRONICA.



Pocos de ustedes saben de mi afición por las actividades físicas. Solía correr diez kilómetros todos los días hasta no hace mucho tiempo, ahora bajé a ocho kilómetros dos veces por semana y otro par de días en el gimnasio. Lo hago para evitar dolores articulares mucho más que para mejorar mi físico, que ya no tiene mejora posible. No es que sea un esperpento pero siempre fui duro de mejorar, no soy de esas personas que se producen y ¡Guau! ¡Qué cambio! Más bien soy de esas otras que pasan desapercibidas salvo cuando se tiran debajo de un tren, por el trastorno que causan a los pasajeros. Claro que estas personas, las personas como yo, si queremos llamar la atención de más gente debemos tirarnos debajo del tren en horas pico, para que miles y miles de empleados esclavizados por sus horarios nos tomen en serio al menos por una vez en su vida.
¿Hasta cuándo debe durar esta crónica? Nuestro querido amigo en común JC Fisner aconseja hasta el lunes posterior al estreno, donde toda esta aventura cinematográfica, de alguna manera, cierra su ciclo. Si así fuera y la constancia me ayuda, sortearemos juntos el fatídico jueves de las críticas, pero para llegar ahí todavía falta demasiado.
Yo padecí mis largos años de empleado; odiaba mi trabajo con tanta intensidad que me parecía que todo el odio y toda la frustración del mundo se había acumulado en mi corazón y lo haría estallar en cualquier momento como a una manzana podrida. Vivía encerrado en una oficina de cuatro por cuatro en la cual había cuatro tableros de dibujo y un dibujante técnico postrado sobre los planos en cada uno de ellos. Mis compañeros de cautiverio eran tan idiotas que daban ganas de arrojarse por la ventana cada cinco minutos, si no lo hice fue porque la ventana era más bien un ventanuco a dos metros y medio de altura sobre el piso, y subirse para suicidarse era demasiado incómodo. Uno de mis compañeros de celda era tan mugriento que un día nuestros jefes lo llamaron para pedirle que por favor se bañara. Se llamaba Daniel y con toda naturalidad después del llamado de atención me contó que se bañaba una vez por semana los días domingo por las noches. Siendo así, los lunes estaba más o menos presentable, pero los viernes era un asco estar a dos metros de él. Tenía la costumbre de usar una remera bajo la camisa, siempre la misma, de lunes a viernes, un día le dije que era asqueroso que no se la cambiara en toda la semana y muy tranquilo, yo diría que hasta orgulloso, me contó que la usaba como pijama, para mantenerse calentito, esas fueron sus palabras. Cada noche se dejaba la remera para dormir y cada mañana se ponía la misma camisa sobre la misma remera, o sea que no solo no se bañaba, ni siquiera se lavaba el cuello ni debajo de los brazos. A pesar de todo, en el recuerdo de aquel cautiverio, debo reconocer que Daniel era un motivo de alegría, ya que burlarnos de él era nuestra única diversión. Tenía algunas frases célebres que habíamos escrito en una lista muy larga, que al día de hoy olvidé casi por competo. Pero no puedo olvidar que un día muy lluvioso, comentó muy admirado sobre la habilidad de los conductores de trenes, que con las vías bajo el agua no erraban jamás a los rieles. Los demás empezamos a imaginar situaciones en las cuales los trenes se salían de las vías y sus guardas y conductores debían preguntar en cualquier esquina donde quedaba la estación más próxima para retomar su recorrido. Tal vez piensen que estoy mintiendo o exagerando, pero no sólo les estoy diciendo la verdad, en realidad me estoy quedando corto. Visto a la distancia, no puedo dejar de ver que Daniel sufría tanto o más que yo, y que su alienación se transformaba en mugre sobre su cuerpo, nada más que eso. Un día subí al piso doce, donde estaba la gerencia y las ventanas eran normales, abrí una de las hojas y contemplé el panorama doce pisos abajo mientras una brisa cálida me daba con fuerza en la cara; saqué la cabeza para visualizar la vertical perfecta que describiría mi cuerpo cuando me arrojara de una vez para terminar con todo. Mi cuerpo reventaría contra un patio interno; podía imaginar a los empleados de la planta baja recibiéndome con la mirada incrédula: se mató el flaquito del piso once. Fue entonces cuando se produjo uno de los acontecimientos más felices y a la vez más desgraciado de mi vida de artista: mi primer libro de cuentos EL PROBADOR DE MUÑECAS ganó el primer premio del concurso TREINTA AÑOS DE EUDEBA, un concurso que se hizo por única vez cuando la Editorial de la Universidad de Buenos Aires cumplió treinta años.
Debo reconocer que hablo mucho de mi, querido lector, y te pido disculpas por eso, si no tengo demasiada culpa es porque provengo de un barrio muy humilde y mi vida de niño fue lo suficientemente pobre y desgraciada como para no tener que ponerme a contar sobre la vida de los pobres y la miseria para ser un tipo de clase media con conciencia. Tengo mucha conciencia de lo que pasa en el país y en el mundo porque tengo la sensibilidad suficiente pero también porque desde los cero hasta los treinta y cinco años lo pasé como la mierda. Por supuesto que tuve mis momentos de enorme felicidad, momentos en los cuales el ser rico o el ser pobre no tenía la menor importancia, pero en promedio no la pasaba bien y entonces sé cuánto los pobres no la pasan bien cuando la pasan mal, debe quedar claro que, en general, el sólo hecho de ser pobre hace que la pases mal. De esto, la clase media no tiene gran conocimiento, y cuando analiza hechos que incumben a aquellos que no tienen, no pueden abandonar su propia perspectiva. Cuando un ladrón de catorce años mata para robar un auto, o mata por matar, por ejemplo, la clase media dice ufana de su verdad: ¨ No tienen códigos ¨ , olvidando que esos chicos tienen un código y es el código con el cual fueron tratados desde el día de su nacimiento, el código con el cuál le respondemos a través de las ventanillas cerradas y polarizadas de nuestros autos cada vez que, desde los cuatro años de edad, y descalzos sobre el asfalto, intentan vendernos algo. Querido lector, no hay rabia más grande que la rabia de la pobreza y así de rabioso estaba yo cuando ocurrió el episodio que voy a contarte a continuación. Fue sin dudas el mejor y el peor momento de mi vida de artista.
EL PROBADOR DE MUÑECAS lo escribí desde mis veintiocho hasta mis treinta y dos años, mes más mes menos. Tenía ya escritos unos veinticinco cuentos de los cuales seleccioné trece, armé el libro y lo mandé al concurso. En el jurado estaban JUAN JOSE MANAUTA, VICENTE BATTISTA, y otro escritor famoso que en este momento no recuerdo. Gané el primer premio, lo cual me garantizaba la publicación. Si quieren imaginar mi alegría es mejor que no lo hagan, porque su imaginación quedará corta. Viviendo en cautiverio, creía que ese libro me abriría camino hacia una carrera de escritor. Visto desde ahora era una fantasía estúpida, pero en ese momento se dieron hechos tan felices y tan lamentables, que mi carrera de escritor financiado por el éxito de sus libros, se fue a la mierda.
Lo primero que ocurrió fue que las autoridades de EUDEBA gastaron todo el dinero que tenían en homenajear a personalidades de la cultura como Susana Jiménez y Moria Casán. En ese momento estaba al frente de la editorial un tal Sapsai, creo que Bernardo, que se tomó un tiempo interminable para editar el libro ganador. Llegamos a la instancia de las cartas documento y finalmente terminó editando un librito miserable que lo único que me causó fue una tristeza gigantesca. Recuerdo que la ceremonia de entrega del premio la organizaron en una especie de pasillo de un ministerio, cuando el festejo para actrices y vedettes lo habían llevado a cabo en algo así como el teatro Alvear.
Así las cosas, decidí recorrer editoriales y publicarlo por mi cuenta. Fue así que con nuestro grupo de amigos escritores formamos LA ROSA DE COBRE, y publicamos nuestros libros en EDITORIAL GALERNA. En ese momento yo cursaba la carrera de letras y lo tenía como profesor de LITERATURA ARGENTINA a DAVID VIÑAS, a quien considero uno de los mejores escritores argentinos de todas las épocas; no sólo aceptó escribir la contratapa, me dijo con toda sinceridad que el libro era extraordinario y me aconsejó que agregara un apellido al GONZALEZ, y fue así que para mi primer libro me llamé por primera vez GONZALEZ AMER. Señoras y señores el libro salió a la calle y entonces qué pasa: me llaman de PAGINA 12 porque OSVALDO SORIANO había leído el libro, se lo había pasado a DAL MASETTO, también lo había leído LANATA y en fin, querían dedicarme el suplemento completo del domingo. En esa época el suplemento se llamaba PRIMER PLANO y estaba dirigido por TOMAS ELOY MARTINEZ, era el suplemento de cultura más importante del circuito. Querían dedicarme el suplemento completo con reportaje realizado por Dal Masseto, fotos, y un cuento inédito. Los que me llamaron en ese momento fueron Miguel Briante y Rolando Graña, que eran quienes llevaban adelante el suplemento, supongo que eran los redactores. Lo recuerdo muy bien, me llamaron por teléfono y me dijeron que el jueves siguiente debía presentarme en la redacción porque me consideraban el mejor escritor joven que aparecía después de la dictadura.
Mi vida oscura de empleado infeliz a punto de suicidarse había quedado atrás. Por fin alguien era capaz de reconocer mis méritos. Yo sabía que tenía pasta de escritor y escritores del tamaño de Liliana Heker y Abelardo Castillo, a quienes se había sumado Davis Viñas, me lo repetían una y otra vez. Mi vida oscura y miserable había terminado. Pero no fue así:
El jueves me presenté cambiadito para la foto y con mi cuento manuscrito bajo el brazo y después de hacerme esperar durante media hora me recibe MIGUEL BRIANTE. Para quienes no lo conocen, Miguel Briante fue un periodista y escritor, que odiaba que lo llamaran así, que escribió un libro maravilloso llamado LAS HAMACAS VOLADORAS, que junto con LA BOCA DE LA BALLENA, de HECTOR LASTRA, son dos de los mejores y más ignorados libros de la literatura argentina. Bien, Miguel Briante simplemente me ¨ despachó ¨ . Sus palabras exactas, que no olvidé y querría olvidar antes de morir, fueron: LA ORDEN DE DEDICARTE EL SUPLEMENTO ENTERO DEL DOMINGO VIENE DE MUY ARRIBA, PERO NOSOTROS AQUÍ LA PARAMOS PORQUE NOS PARECE UNA EXAGERACION. YO TU LIBRO NO LO LEI, PERO DEDICARTE EL SUPLEMENTO DEL DOMINGO ES DEMASIADO.
Querido lector, te ruego que cuando juzgues mi reacción ante lo que te voy contando, tengas en cuenta que tenía sólo treinta y dos años de edad y que esos treinta y dos años habían sido de esclavo, visto desde mi perspectiva de entonces; no tenía idea del karma ni sabía lo que era el ego ni me importaba lo que uno viene a aprender a esta vida, era ignorante de todo eso porque era hijo de una bordadora y un empleado de Subterráneos y a los diecinueve años me habían internado en un neuropsiquiátrico y de esa internación me quedó incrustado el estigma de loco y me llevó siete largos años de mi vida recuperarme por completo, entonces, si tenía treinta y dos, hacía recién cuatro o cinco que me había empezado a recuperar. Mi sufrimiento de ese momento, momento que había juzgado de cambio, de renovación, de justicia divina, finalmente trocado en una nueva frustración, era un sufrimiento, si no justificado, por lo menos comprensible. Por eso te vuelvo a pedir, no creas que en la actualidad, pasados los cincuenta, habiendo armado una segunda familia más o menos feliz y habiendo obtenido algunos logros intelectuales y económicos me puedo enojar con la vida de la misma manera que entonces, pero entonces sí podía. Y ahí no termina la suma de desgracias con este querido libro:
Una vez en mi casa no sabía como interpretar lo que había pasado y nació en mi una ansiedad casi imposible de manejar. Busqué en la guía telefónica el número de OSVALO SORIANO y lo llamé, me presenté, me saludó como si fuéramos amigos de toda la vida y me dijo que estaba leyendo en ese mismo momento mi libro, que era un libro maravilloso y que si se hubiera tratado de un escritor americano me habrían subido a un pedestal y hasta mi vida económica se habría modificado. Bien bien, le dije, pero … ¿qué pasó con el reportaje? ¿Porqué le dieron de baja? Entonces me dijo algo horrible: Que iba a parecer que me estaban ¨ lanzando ¨ y que yo había tenido que pagar el precio por aquellos a quienes les había dedicado el libro en las últimas líneas. Entonces entendí todo: habían ido leyendo mi libro de adelante para atrás, como corresponde, y al llegar a la última dedicatoria vieron dos cuestiones ¨ intolerables ¨ para ellos, la primera, que uno de los mencionados era Abelardo Castillo, escritor odiado por el grupo en ese momento, porque en su revista ¨ El Ornitorrinco ¨ Liliana Heker había criticado duramente a NO HABRA MAS PENAS NI OLVIDO de Soriano. Y la segunda, que yo mencionaba a todos mis amigos del taller literario, y en ese entonces el progresista Página 12 odiaba a los talleres literarios. Esto último me lo dijo en persona ROLANDO GRAÑA cuando fui por tercera vez a la redacción a pedir que por lo menos me hicieran una crítica. Sus palabras más o menos fueron que a ellos no les gustaba eso de los talleres literarios y yo había aparecido como un representante al dedicarle a todos mis compañeros (con quienes además habíamos formado LA ROSA DE COBRE, aunque esto no lo dijo). Varios meses después apareció en P 12 la única crítica negativa que tuvieron mis cuatro libros, escrita por CLAUDIO ZEIGER. La voltereta había sido perfecta. En rigor de verdad, Osvaldo Soriano, en cuanta nota escribía y reportaje le hacían, pasó a decir que Juan Forn, Rodrigo Fresan (a quienes no tuvieron problemas en ¨ lanzar ¨) y yo, éramos los mejores escritores de nuestra generación.
Pero hay más:
Ya estaba resignado a que nada pasaría con EL PROBADOR DE MUÑECAS cuando surge una nueva desgracia para mi historia de escritor: una tarde recibo un llamado telefónico, el jurado del PREMIO MUNICIPAL DE LITERATURA estaba buscando entre los libros presentados mi libro, que en su opinión había sido el mejor del año en la Argentina y no podían creer que no lo hubiera presentado al concurso. Y no, NO LO HABIA PRESENTADO porque creía que al haber ganado un primer premio, no podía ganar dos. Así que le dieron el primer premio municipal de ese año a un libro que el jurado consideraba inferior al mío. Para que te des una idea, querido lector, el primer premio municipal equivalía y equivale a UN SUELDO DE POR VIDA, un sueldo que era igual o mayor al que yo ganaba en mi maldita oficina trabajando diez horas diarias en algo que odiaba. Y así, de esa manera estúpida y cruel, la vida me estaba demostrando todo lo que me faltaba aprender, y para qué estaba yo en ese momento sobre este mundo. Ahora , a la distancia, agradezco que las cosas hayan ocurrido de esa manera, porque el sufrimiento de permanecer en esa oficina infame siguió enriqueciendo mi espíritu rebelde. Y nuevos y diferentes caminos me trajeron hasta el lugar donde estoy ahora, que no es tan malo, por no decir que está muy bien. Además seguí escribiendo y seguí ganando primeros premios, si no te enteraste es porque mis libros jamás los compró ni el loro. Sin embargo, te los recomiendo.
Y estas son las cosas que quería contarte, cosas que no vienen a cuento, mientras transcurre el segundo día de nuestro camino al estreno de FAMILIA PARA ARMAR, mientras me tomo un descanso para empezar con el montaje.

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