jueves, 3 de junio de 2010

DIA 28 /// NECESITO REGRESAR A LUGARES EN LOS QUE NUNCA ESTUVE



Chejov. Si me dieran a elegir un escritor elegiría a Chejov, y si me dieran a elegir una época para vivir elegiría sin duda la primera mitad del siglo XIX, aunque Chejov vivió en la segunda mitad. El mundo sin luz eléctrica, el mundo sin televisión, el mundo sin automóviles ni calles asfaltadas. Es imposible imaginar los olores y las sombras, los claroscuros. Es imposible imaginar lo hermoso que sería entonces hacer el amor con luces tan fantasmagóricas y cuerpos tan esquivos. Es imposible de imaginar la angustia de un hijo con fiebre alta a la luz de los candelabros así como es imposible imaginar los cascos de los caballos y los gritos de los condenados desde las cárceles en el definitivo silencio de la noche profunda. ¿Quién no quiere contar una verdadera historia de amor?¿Quién no quiere vivirla? Hoy mientras filmábamos la última escena de la película pude llorar varias veces. Me hizo llorar Malena, primero en el ensayo del motor home y después, apenas por unos segundos, en medio de la laguna. Después me hizo llorar Oscar, cuando encontró el tono justo que él mismo había imaginado para el final de la historia. Llorar hace bien, llorar de emoción, llorar de tristeza, pero después no dan ganas de escribir. Se podría decir que desde la perspectiva del artista todo lo que tenía que hacer ya lo hice. Ahora viene la etapa de acondicionar todo para mostrarlo y contar peso a peso lo que vamos gastando para llegar hasta el final en pie.
No sé si habrán reflexionado alguna vez sobre las ataduras que nos mantienen anclados a un mundo de ruidos y de mentiras, un mundo de destellos y viajes tan veloces como fugaces. No sé si les habrá pasado alguna vez a la vuelta de un viaje ni siquiera recuerdan los lugares por donde estuvieron, miran las fotografías y la memoria no sabe aclararnos dónde queda con exactitud ese lugar donde nuestra imagen nos dice que estuvimos.
No me gusta este mundo en el que vivimos. No es que no me guste la vida. Algo hay en la propia organización de mis sentimientos que hace que el mundo, nuestra época, me resulte un lugar hostil. Muchas veces no me gustan los mail que recibo. No me gustan las facturas de los impuestos. No me gusta el humo de los colectivos ni los subterráneos que transportan gente como si fueran ganado. Pero …¿a quién le gusta?
Me gusta el sonido del piano en manos de Rocío. Me gusta el sonido del bajo en manos de Iván. Me gustan las imágenes que surgen de la apasionada cámara de Ariel.
Me gusta contar historias, pero a la vez me digo que la vida se escurre como arena y tal vez no he vivido la historia que me justifique. Tal vez. Ya dije aquí mismo que detesto a las personas demasiado seguras de sí mismas, las personas que no dudan. Yo dudo. Y si estoy a punto de finalizar el rodaje de esta película maravillosa (maravillosa por lo momentos vividos, aún no puedo asegurar que no sea un bodrio, aún no puedo asegurar que Pablo Sirven no dirá en algún comentario que soy un mero ladrón a la sombra del INCAA) dudo aún más, porque el esfuerzo físico, anímico, mental y económico es enorme pero todo esto siempre me llevará a las mismas preguntas.
¿Qué es lo que Ustedes se preguntan en estos casos? Yo me miro al espejo y me pregunto. Dudo. Soy un hombre de una fortaleza inusual y mañana puedo empujar lo que decida hasta el lugar donde sea necesario ser empujado. Pero dudo.
Tengo el corazón partido. Quisiera volver a lugares donde nunca estuve.
En ese lugar hay un perro, y después hay un parque tapizado de hojas, es mayo, el perro corre alrededor de un árbol que ha perdido la mitad exacta de sus hojas, un árbol medio desnudo. Al perro le cuelga la lengua y va perdiendo saliva con cada vuelta, la saliva brilla y es el sol del atardecer, un sol tibio y horizontal. Lo llamo con un silbido, el perro se detiene tan de golpe que parece el personaje de un dibujo animado, me mira y sonríe como sonríen los perros. Desde donde estoy le digo que se siente y apenas lo hace estamos en invierno y las ramas del mismo árbol están cubiertas de nieve, una de las ramas dibuja una curva y casi toca el piso, que está cubierto de nieve. La nieve es virgen salvo en el círculo dibujado por el perro alrededor del árbol. Vuelvo a llamarlo y el perro escarba en la nieve hasta encontrar una pelota de tenis, viene hasta mí saltando y hundiéndose en la nieve tan profunda que su pelaje gris aparece y desaparece, se hunde y emerge. El perro se detiene dos pasos antes de llegar a mi y me retacea la pelota, el perro tiene un nombre que empieza con ¨B ¨ y termina con ¨ o ¨ . no es labrador ni ovejero alemán. Cuando parece que por fin va a entregarse me esquiva y se dirije a mis espaldas. Cuando me doy vuelta mis padres están bajo el cobertizo, mi madre sentada en el sillón de mimbre y mi padre engrasando una de sus botas de cuero. El perro sube los tres escalones de madera que ascienden a la casa y deposita la pelota de tenis junto a los pies descalzos de mi padre. No sé si digo o pienso ¨ Hace frío, pa ¨ y mi padre me da a entender que me quede tranquilo, con una sonrisa de padre que da a entender que uno como hijo debe quedarse tranquilo. El perro aguarda alguna reacción de mi padre pero la que toma la pelota es mi madre, y después de darle al perro dos golpecitos tiernos en el lomo, arroja la pelota lejos, muy lejos. La pelota rebota en el tronco de un pino y desaparece en la nieve. Les pido a mis padres que permanezcan así, al menos el resto de la tarde, pero un instante después han desaparecido. Mi madre, mi padre, y el perro. Ya no está la nieve y la pelota se muestra desnuda y un poco despeluzada sobre una mata de pasto reseco. Camino los pasos que me acercan a la pelota, alejándome de la casa. Cuando me agacho para tomarla estamos en verano, el pino gotea resina y la casa a mis espaldas tiene todas las ventanas abiertas. Me acuesto de espaldas sobre el césped, contemplo el cielo cargado de nubes, una tiene forma de yacaré y otra de tractor. Me digo a mi mismo que necesito contar una historia de amor. Temo que mi tiempo pase sin haberla contado. Me digo, con un poco de temor.
Necesito regresar a lugares en los que nunca estuve.

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